Ha llegado a la Plataforma documentación sobre un hecho que, mirado en conjunto, ofrece una imagen lamentable de la Universidad de Oviedo. Por lo que se ve, mientras en esta universidad el rector Juan A. Vázquez García se reafirmaba en el nombramiento de la profesora María Ángeles Pascual Sevillano (cuyo plagio en el concurso a cátedra se demostró por vía judicial) y la defendía ante los tribunales, por otra parte, las autoridades universitarias se dedicaban a perseguir a un profesor porque salía en un programa de televisión de máxima audiencia.
Argumenta el profesor perseguido, acusado de desatención, que "en los últimos cinco años he dirigido más tesis doctorales y más trabajos de investigación que el citado decano y la mayor parte de mis colegas que no pueden ir a la televisión sencillamente porque no son invitados". Pero dicho argumento, claro está, nunca tendrá ningún valor en aquellos centros done prime el parentesco y la recomendación sobre el trabajo de calidad. ¡Qué mala es la envidia de los mediocres!
Reproducción del texto publicado el diario La Nueva España (24/10/2002)
OPINION (Gustavo Bueno)
El historiador delator y el decano enemigo
Señor vicerrector de Ordenación Académica y Profesorado de la Universidad de Oviedo:
Atendiendo a su requerimiento, que he recibido por fax el miércoles 23, a las 9.54, y como ya le anuncié durante la llamada telefónica que me hizo el martes, a las 12 del mediodía, procedo a contestar teniendo a la vista tanto la noticia que ha aparecido en La Nueva España, el periódico de mayor difusión de Asturias, el martes 22 de octubre (y en la que el decano de Filosofía aventura, entrecomilladas, afirmaciones gravísimas y asombrosas por su ligereza e imprudencia temeraria), como el escrito de denuncia que el citado decano le ha remitido, y del que usted me ha enviado copia, fechado sorprendentemente el mismo día martes 22; lo que demuestra que las manifestaciones acusatorias ante La Nueva España fueron hechas por el decano con anterioridad a la denuncia que le cursó. Ésta es la razón por la cual además de tener en cuenta en mi respuesta los documentos internos que me envía, tengo que tener en cuenta las declaraciones públicas realizadas a La Nueva España por el referido decano. Que es la misma razón por la cual hago público también este escrito que me demanda. Es evidente que, dada la publicidad que este decano, de manera tan imprudente, ha dado al caso, la distinción entre el conducto interno administrativo y la información pública queda desvanecida.
A principios de la semana pasada me vi aquejado, como corresponde a la estación, por esa mezcla de catarro y gripe tan molesta que a muchos nos afecta. Durante mis clases del miércoles 16 mi ronquera fue en aumento, y el público asturiano que vio el debate en el que participé y que emitió Televisión Oviedo, grabado esa misma tarde, pudo apreciar cómo mi voz se fue apagando. El médico me prescribió cuarenta y ocho horas de silencio absoluto, razón por la cual el jueves decidí guardar cama y sólo hablé lo imprescindible, es decir, avisar por teléfono a la bedela de mi imposibilidad de asistir a las clases. El viernes por la mañana, como ya no tenía que guardar cama, decidí ir personalmente a informar a los alumnos de mi afonía y de mi imposibilidad de dar la clase. Les comenté que dudaba que mi voz pudiera siquiera recuperarse para intervenir en el programa «Ésta es mi historia», que tendría lugar en horario «prime time», a las once de la noche del viernes, en directo, por la primera cadena de Televisión Española. Si hubiera podido hablar, es evidente que hubiera impartido mi clase, es decir, no hubiera podido no dar clase una vez que estaba ante ellos.
Además de esta versión de los hechos, por lo que se refiere a la breve intervención que hice ante mis alumnos el viernes, a las 9, existen ya otras dos versiones. La recogida por La Nueva España como cita textual (ignoro la fuente): «Se presentó en el aula para firmar el parte de asistencia, pero eludió dar la clase alegando que ese mismo día participaba en un programa de televisión y debía preservar la voz», que contiene una interpretación gratuita y maliciosa de los hechos. Y la recogida con ligereza increíble y con falta de pruebas en el oficio del decano: «Se presentó en el aula y alegó que no iba a dar clase a fin de preservar su voz para un programa de televisión al que estaba invitado». Palabras que no sólo son maliciosas, sino formalmente calumniosas. Quizá lo mejor sería preguntarles a los alumnos matriculados en la asignatura y asistentes ese día (usted quizá pueda disponer de esa relación de alumnos, pues los profesores, a pesar de que el curso comenzó hace cuatro semanas, todavía no hemos recibido las listas).
Llevo más de veinte años como profesor, y me siento muy a gusto dando clases interesantes, por lo que procuro no perderme ninguna. Al fin y al cabo la Universidad sólo me deja ejercer seis veces a la semana como profesor, y durante no muchos meses. Por eso me sorprende, aunque no me extraña, la grave y falsa acusación que se atreve a formular el decano enemigo al periódico: «Llueve sobre mojado», en la que procura transmitir a la opinión pública la falsa especie de mi supuesto desamor por la docencia.
Sorprende que en el escrito que le envía el decano se oculte el nombre del chivato, siguiendo las peores prácticas inquisitoriales: «Un profesor ha puesto en mi conocimiento...». Por suerte sabemos gracias a La Nueva España que tal delator no es otro sino el irrepetible historiador David Ruiz.
Cualquier profesor debería sentirse orgulloso de que sus alumnos protestasen de forma airada por haberse perdido una sola clase. Yo lo estoy, aunque se empaña un poco tanto placer cuando se lee en el periódico: «Los estudiantes comentaron que GBS debía impartir el viernes, a las nueve de la mañana, una clase de Historia de la Filosofía Española». ¡Qué pena! El curso que dicto todos los años bajo tal rótulo comienza en el mes de febrero. La clase que mi afonía me impidió impartir el viernes, a las nueve, corresponde a «Técnicas de documentación filosófica». Lo cual quiere decir de un modo inequívoco que los supuestos alumnos denunciantes no pertenecían a mi clase. ¿Quién informó al historiador delator o al decano enemigo? Probablemente, algún alumno comentó en el bar que esa noche su profesor saldría por televisión y que no se sabía si tendría voz... y alguno de esos profesores envidiosos y resentidos que nunca faltan creyeron encontrar sentido a su atormentada existencia.
La Universidad debiera sentirse orgullosa por haber logrado sensibilizar a la sociedad de tal modo que la prensa, portavoz de la opinión pública, dedique página impar y foto a la noticia de un profesor que no puede dar una clase. ¿Qué otra empresa o institución puede presumir de tal despliegue por cosa tan nimia como un catarro y una afonía?
La verdad es que, conociéndoles, no me ha sorprendido lo más mínimo la miserable actuación del historiador delator y del decano enemigo. Tan grave es la situación que convendrá llevar las cosas al terreno del poder judicial, si es que el fiscal no actúa por iniciativa propia para defender el honor mancillado de un funcionario del Estado. Y sospecho que el señor vicerrector, si no quiere prevaricar en el ejercicio de sus obligaciones, sí que debiera intervenir activa y enérgicamente en este asunto, para delimitar responsabilidades y actuar en consecuencia; en cualquier Universidad europea tal decano sería fulminantemente destituido.
Los inductores de este montaje sin duda buscaban difamarme públicamente, con calumnias, susurraciones, murmuraciones y contumelias atentatorias contra mi honor: por eso acudieron en primer lugar y de forma precipitada a la prensa, antes de comprobar las circunstancias y la veracidad de los hechos, antes de preguntar al interesado, antes, incluso, de elevar denuncia a la autoridad correspondiente. El decano enemigo se ha atrevido a informar a la prensa y opinar alegremente sobre un proceso que todavía no había iniciado, lo que es indicio evidente de su imprudente y prevaricadora malevolencia. Tales intenciones no pueden ser más miserables y despreciables y confío en que el público lector de La Nueva España sabrá juzgar.
Pero con su actuación pública el historiador delator y el decano enemigo sí que han logrado trasladar otra vez a todos los asturianos ráfagas de ese hediondo aroma del que no logra librarse nuestra Universidad. Y puestos a practicar el «mobbing» (que es como llaman ahora al acoso laboral, al abuso de autoridad en el ejercicio de un cargo, a causar daños morales y muchas cosas más) debería hacerse con más profesionalidad.
Al público asturiano han querido transmitirle la especie de que abandono mis obligaciones universitarias cuando soy invitado a participar en diversos programas de televisiones nacionales y autonómicas. Pretensión infame que puede desmontarse ojeando simplemente la memoria de la Universidad: en los últimos cinco años he dirigido más tesis doctorales y más trabajos de investigación que el citado decano y la mayor parte de mis colegas que no pueden ir a la televisión sencillamente porque no son invitados.
Gustavo Bueno Sánchez es profesor de Historia de la Filosofía Española en la Universidad de Oviedo.